SAKURA II de NOA PERSÁN
Bajo el título Orientalismos Noa Persán realiza en el año 2007 una serie de lienzos entre los que cabe destacar este retrato titulado Sakura II. Sin embargo, la mujer que nos refiere la artista en esta obra presenta una fisonomía occidental aunque cuidadosamente caracterizada como una geisha de tez pálida, ataviada con un lujoso kimono y el característico moño prendido mediante palillos. Su cuerpo permanece de espaldas mientras que su cuello se gira hacia el espectador dejando su cabeza en posición de tres cuartos y dedicándole una altiva mirada. De su peinado brota la rama de un cerezo en flor, hábilmente estructurada por la pintora. Este árbol, de arraigado simbolismo en la cultura japonesa por su efímero florecimiento primaveral, evoca en el universo nipón lo transitorio de la existencia. Tampoco es ajeno a la tradición china donde su representación encarna la idea de poder, sexualidad y belleza femeninas, algo que no nos resulta insólito al contemplar esta imagen. Del mismo modo, si nos acercamos a otras obras de la artista lucense, en ellas se individualizan legítimas aspiraciones femeninas y feministas como el triunfo o el prestigio. En este lienzo dichas ideas cristalizan a modo de geisha mestiza que nos impone con su orgullosa y sabia mirada una capacidad casi divina de impulsora y organizadora de la naturaleza, como si de una suerte de Demiurgo nos estuviese retando a encararnos con nuestro yo más profundo. Y es precisamente la comunicación, bien sea con nuestro ego interno o entre individuos, otra de las preocupaciones en la obra de la joven artista que a menudo plasma de forma introspectiva a través de solitarias y exquisitas efigies.
Gema Balado Pumariño: Historiadora y Crítica de Arte en “Arte y Más”
Bajo el título Orientalismos Noa Persán realiza en el año 2007 una serie de lienzos entre los que cabe destacar este retrato titulado Sakura II. Sin embargo, la mujer que nos refiere la artista en esta obra presenta una fisonomía occidental aunque cuidadosamente caracterizada como una geisha de tez pálida, ataviada con un lujoso kimono y el característico moño prendido mediante palillos. Su cuerpo permanece de espaldas mientras que su cuello se gira hacia el espectador dejando su cabeza en posición de tres cuartos y dedicándole una altiva mirada. De su peinado brota la rama de un cerezo en flor, hábilmente estructurada por la pintora. Este árbol, de arraigado simbolismo en la cultura japonesa por su efímero florecimiento primaveral, evoca en el universo nipón lo transitorio de la existencia. Tampoco es ajeno a la tradición china donde su representación encarna la idea de poder, sexualidad y belleza femeninas, algo que no nos resulta insólito al contemplar esta imagen. Del mismo modo, si nos acercamos a otras obras de la artista lucense, en ellas se individualizan legítimas aspiraciones femeninas y feministas como el triunfo o el prestigio. En este lienzo dichas ideas cristalizan a modo de geisha mestiza que nos impone con su orgullosa y sabia mirada una capacidad casi divina de impulsora y organizadora de la naturaleza, como si de una suerte de Demiurgo nos estuviese retando a encararnos con nuestro yo más profundo. Y es precisamente la comunicación, bien sea con nuestro ego interno o entre individuos, otra de las preocupaciones en la obra de la joven artista que a menudo plasma de forma introspectiva a través de solitarias y exquisitas efigies.
Gema Balado Pumariño: Historiadora y Crítica de Arte en “Arte y Más”
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