Del laberinto a la red
El laberinto es una forma artificial que se ha convertido en un símbolo universal. Probablemente expresa bien uno de los sentimientos más recurrentes de los humanos: la sensación de extraviarse, de perderse, de no encontrar el rumbo en una vida que, en muchos momentos, hace que nos sintamos desbordados. Al laberinto unicursal –un solo camino, una sola salida– podríamos atribuirle una cierta representación determinista: a pesar de todo, nuestra vida transita por una ruta definida. En el laberinto multicursal –varios caminos, más de una salida, algunos callejones sin salida– podríamos ver las contradicciones del libre albedrío: podemos escoger, podemos equivocarnos, pero las rutas finalmente están bien marcadas. El laberinto desconcierta y arropa a la vez. Desorienta pero tranquiliza: hay salida.
Cuenta Jorge Luis Borges que el rey de Babilonia hizo entrar a un rey árabe en un laberinto, «donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde». Años más tarde el rey árabe capturó al rey de Babilonia: «Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste poner en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, dónde no hay escaleras para subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso”. Luego le desató las ligaduras y la abandonó a mitad del desierto, donde murió de hambre y sed». El desierto como laberinto de los infinitos caminos. La metáfora de Borges perdura. Umberto Eco plantea en este mismo catálogo si hay una tercera forma de laberinto: la red, Internet. La inmensidad del espacio electrónico teje infinitas rutas. Es cierto que los caminos de la red están enredados y que a menudo nos perdemos en ellos y, si se me permite el juego de palabras, salimos antes de encontrar la salida. Pero podríamos decir que la red no tiene forma física, y el laberinto y el desierto sí. Asimismo, hay misterio, hay desorientación y hay extravío en todos ellos.
Esta exposición es una incursión en la historia simbólica y física del laberinto, que tiene resonancias con «Réquiem por la escalera», que dirigió también Oscar Tusquets en esta casa. Entonces, el objeto era una forma básica de la arquitectura –la escalera– cargada también de sentido y significaciones, cuya imagen está vinculada a momentos fuertes de la historia del arte y del cine: de la Escalera de Jacob a Vértigo, de Hitchcock, por recordar algunos ejemplos obvios. Desde el punto de vista arquitectónico, el laberinto pertenece más al paisaje que a la casa, más al jardín que a la estancia; además tiene una dimensión de juego, de gratuidad; y ya sabemos que el carácter de prescindible es una componente esencial de las emociones estéticas.
Con Ramon Espelt y Oscar Tusquets hemos encontrado el equilibrio entre el saber y la forma, entre el conocimiento y las ideas estéticas. Así se ha construido una exposición que, como los laberintos, invita a experiencias muy diversas, desde la estética y la filosófica hasta la del divertimento y el juego. Es la arqueología la que nos da pistas sobre la permanencia de este mito que tiene en el Minotauro su figura emblemática.
Josep Ramoneda
Director del CCCB
El laberinto es una forma artificial que se ha convertido en un símbolo universal. Probablemente expresa bien uno de los sentimientos más recurrentes de los humanos: la sensación de extraviarse, de perderse, de no encontrar el rumbo en una vida que, en muchos momentos, hace que nos sintamos desbordados. Al laberinto unicursal –un solo camino, una sola salida– podríamos atribuirle una cierta representación determinista: a pesar de todo, nuestra vida transita por una ruta definida. En el laberinto multicursal –varios caminos, más de una salida, algunos callejones sin salida– podríamos ver las contradicciones del libre albedrío: podemos escoger, podemos equivocarnos, pero las rutas finalmente están bien marcadas. El laberinto desconcierta y arropa a la vez. Desorienta pero tranquiliza: hay salida.
Cuenta Jorge Luis Borges que el rey de Babilonia hizo entrar a un rey árabe en un laberinto, «donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde». Años más tarde el rey árabe capturó al rey de Babilonia: «Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días y le dijo: “¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste poner en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, dónde no hay escaleras para subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso”. Luego le desató las ligaduras y la abandonó a mitad del desierto, donde murió de hambre y sed». El desierto como laberinto de los infinitos caminos. La metáfora de Borges perdura. Umberto Eco plantea en este mismo catálogo si hay una tercera forma de laberinto: la red, Internet. La inmensidad del espacio electrónico teje infinitas rutas. Es cierto que los caminos de la red están enredados y que a menudo nos perdemos en ellos y, si se me permite el juego de palabras, salimos antes de encontrar la salida. Pero podríamos decir que la red no tiene forma física, y el laberinto y el desierto sí. Asimismo, hay misterio, hay desorientación y hay extravío en todos ellos.
Esta exposición es una incursión en la historia simbólica y física del laberinto, que tiene resonancias con «Réquiem por la escalera», que dirigió también Oscar Tusquets en esta casa. Entonces, el objeto era una forma básica de la arquitectura –la escalera– cargada también de sentido y significaciones, cuya imagen está vinculada a momentos fuertes de la historia del arte y del cine: de la Escalera de Jacob a Vértigo, de Hitchcock, por recordar algunos ejemplos obvios. Desde el punto de vista arquitectónico, el laberinto pertenece más al paisaje que a la casa, más al jardín que a la estancia; además tiene una dimensión de juego, de gratuidad; y ya sabemos que el carácter de prescindible es una componente esencial de las emociones estéticas.
Con Ramon Espelt y Oscar Tusquets hemos encontrado el equilibrio entre el saber y la forma, entre el conocimiento y las ideas estéticas. Así se ha construido una exposición que, como los laberintos, invita a experiencias muy diversas, desde la estética y la filosófica hasta la del divertimento y el juego. Es la arqueología la que nos da pistas sobre la permanencia de este mito que tiene en el Minotauro su figura emblemática.
Josep Ramoneda
Director del CCCB
Los que me conoceis, sabeis pq me resulta tan interesante este proyecto jajaja.Hacía años.... creo que,desde nuestra expo Excentricos, que un proyecto expositivo no me interesaba tanto.
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